Hasta hace bien poco, el estudio del pensamiento religioso de las antiguas civilizaciones interesaba tan sólo a los teólogos, a los antropólogos, a los historiadores de las religiones y, en el caso concreto de Egipto , a los egiptólogos. Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas , un creciente número de investigadores en el campo de la física cuántica, la astrofísica, la biología, la sociología y la psicología, han empezado a mostrar un notable interés por la profunda Sabiduría contenida en los mitos y tradiciones espirituales del mundo antiguo. Veamos si no, la lúcida reflexión del Premio Nóbel de física Werner Heisemberg: «Nunca me ha parecido posible rechazar el contenido del pensamiento religioso, sencillamente como parte de una fase superada de la conciencia de la humanidad. Y así, a lo largo de mi vida, me he sentido impulsado una y otra vez a meditar sobre la relación entre estos dos campos del pensamiento (ciencia y religión), porque nunca he sido capaz de poner en duda la realidad de lo que cada uno de ellos señala (…) Ya sabemos que las religiones hablan en imágenes y en parábolas (…) pero pienso que todas las viejas religiones, en un último análisis, intentan expresar unos mismos contenidos, unas mismas relaciones, y que tanto éstas como aquellos, en su totalidad , giran en torno a cuestiones relativas a valores. Sin embargo , no deberíamos escatimar ningún esfuerzo para tratar de captar su sentido, pues con toda evidencia se refieren a un aspecto crucial de la realidad, o tal vez deberíamos intentar verterlas en un lenguaje moderno, si ya el antiguo no se presta a transmitirnos su contenido.»
1– Autenticidad: el investigador, terapeuta o educador, debe encarar la cuestión libre de toda idea preconcebida, falso prejuicio o estereotipo, sin pretender asumir ninguna postura de superioridad y teniendo la suficiente humildad como para adoptar un talante de sencillez, ecuanimidad y respeto, respecto a la otra u otras personas.
2- Aceptación incondicional: debe aceptar al otro tal como es, valorándolo como un ser humano único e irrepetible, sin presuponer falsedad o turbias intenciones, y sin pretender amoldarlo a sus criterios, ni juzgarlo a través de sus propios valores y creencias.
3- Empatía: el investigador debe ser capaz de «ponerse en situación» para poder revivir y recrear los acontecimientos, ideas y sentimientos del otro, lo cual significa «introducirse en su propia piel» a fin de llegar a intuir los significados y valores esenciales de su conducta.
Carl Rogers va más allá de la psicoterapia y proyecta estos principios sobre la relación padres-hijos, profesor-alumno, matrimonio, amistad, etc., considerando esta ley de la empatía como un requisito fundamental, tanto en el ámbito de las relaciones humanas como de la autorrealización personal del individuo. Nosotros, por nuestra parte, hacemos extensivo este principio al estudio de la antropología, la historia y las ciencias humanas en general, pero no pensamos que ésta sea una cuestión banal, en absoluto, pues al hojear las páginas de la historia nos damos cuenta que la mayoría de las guerras de colonización, además de las vergonzosas «limpiezas étnicas» que han tenido lugar a lo largo de los últimos siglos, se deben en gran parte a la ideología resultante de una antropología colonialista, dogmática y prepotente (cuando no directamente racista) que consideraba a la cultura anglosajona (o a la germánica, etc.) como claramente superiores a cualquier otra cultura antigua o contemporánea, otorgando así una patente de corso a sus respectivos gobiernos para imponer, de grado o por la fuerza, sus propios valores a «esos pobres pueblos incultos e incivilizados». Consideramos, por tanto, que este principio de empatía es fundamental para el estudio de la antropología y las ciencias humanas , pues tenemos ya bastantes motivos para pensar que el siglo XXI debe avanzar hacia un modelo de sociedad mucho más global, tolerante y pluricultural que el actual, ya que como muy bien afirma el antropólogo y egiptólogo Erik Hörnung: «Todos los indicios apuntan a que la sociedad humana del futuro más próximo será plural y no dogmática o no será». La sabiduría espiritual de las antiguas civilizaciones puede, por tanto, aportarnos valiosos elementos de nuestro propio pasado, que nos ayuden a construir el presente sobre una sólida base de respeto, convivencia y concordia entre seres humanos que, siendo distintos en «lo formal», somos todos iguales en «lo esencial». Por todo ello, estamos convencidos que conocer las mentalidades, valores y costumbres de otros pueblos y civilizaciones, tanto antiguos como contemporáneos, es la mejor forma de incentivar la pluriculturalidad y la tolerancia en nuestra sociedad actual, pues no cabe duda que lo desconocido deja de ser «extraño y diferente» cuando puede ser comprendido.
Javier Vilar